Ola k ase…

En el tren cerraba los ojos y veía el mar. Observaba el mar con los ojos cerrados. Las imágenes de las olas se me había grabado en la retina después de 5 días estudiando las olas sobre la tabla.

Las veía avanzar hacia mí, pasar por debajo y romper en la playa.

Eso es básicamente lo que he hecho esta última semana: Observar el Océano Pacífico. Desde el amanecer hasta la puesta de sol. Literalmente.

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Mi historia sobre una tabla de surf es breve. Una vez fui de vacaciones a Tarifa y en vez de hacer kite, ya sea por falta o por exceso de viento o por votación popular, ya no recuerdo, fuimos a hacer surf. Creo que duré un día, o tal vez dos.

El verano siguiente introduje el surf como alternativa para los fines de semana que fuera a Santander y no hiciera viento, o no fuera a la playa, o no tuviera nada mejor que hacer. Entre unas cosas y otras conseguí añadir 2 días más de surf a mi historial. En todo el verano.

Pero venir a Australia y no probar el surf debe de ser pecado así que decidí apuntarme a una especie de safari de surf, un poco como inmersión.

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En un surfari tu vida empieza a girar alrededor de las mareas, madrugas mucho y pasas más horas vestido con un traje de neopreno que con cualquier otra cosa. Después de un fin de semana en Sydney para olvidar, me recogieron el lunes a las 7 am juntó con otros 5 proyectos de surfista (unos más avanzados que otros) y nos llevaron hasta el campamento base en Crescent Heads, como a 5 horas de viaje. Ese mismo día a las 14h ya estábamos en el agua.

Los monitores respiran surf. Se conocen cada una de las rompientes de las playas, como afecta a la dirección de la ola una borrasca en tal o cual lugar, reconocen la ola por la cual merece la pena dejarse la vida remando y cual hay que dejar pasar. Para mí eso es lo más difícil. Es fácil levantarse en una tabla de iniciación y surfear la ola que te han indicado y en la que además te han empujado en el momento preciso para que la puedas coger. Pero el surf tiene mucho más de observación que de cualquier otra cosa.

Después de un mes nómada pasar 4 noches en el mismo sitio y con la misma gente se agradece. Deshaces la mochila y guardas las cosas en un cajón. Tienes una rutina. Rutina que básicamente consiste en levantarse con la bajamar sobre las 6 am, desayunar y salir en busca de olas. Cuando todo el mundo se ha salido del agua agotado o con la pleamar – lo que pase antes – se vuelve al campamento base a comer, relajarse en las hamacas, disfrutar de una cerveza fría y reponer fuerzas hasta la siguiente sesión que dura hasta la puesta de sol. Ducha caliente y cena. Dormir. Repetir.

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A día de hoy he cuadruplicado mis horas de surf. He sobrevivido a las peligrosas aguas australianas infestadas de tiburones con todas mis extremidades intactas, aunque confieso que salir a surfear al amanecer sabiendo que es cuando los tiburones se alimentan te hace sospechar de todas las sombras que pasan por debajo de la tabla. Esto es así. Pero una vez comienza la siguiente serie de olas te olvidas de los tiburones y te concentras en lo importante coger la siguiente ola.

Yo de momento solo he cogido un resfriado. Seguiremos intentándolo.

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